lunes, 6 de junio de 2022

Andrè-Pierre Ledrú y sus impresiones sobre La Orotava.

Siguiendo la tónica de los escritos de los últimos meses prosigo con esta selección de textos de personajes ilustres que visitaron nuestro municipio. En el día de hoy le toca al francés Andrè-Pierre Ledrú. Conozcamos un poco más al personaje según la Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia: https://fundacionorotava.org/bachillerato/expediciones-cientificas/expedicion-baudin/andre-pierre-ledru/

 

Andrè-Pierre Ledrú fue uno de los hombres más exponentes del periodo de la Ilustración en Francia. Estas visitas de hombres tan prominentes y las palabras dedicadas a nuestro pueblo dan buena muestra del encanto y privilegios que en tantos sentidos tenía, y aún tiene, esta Villa. Imagen: https://www.santacruzdetenerife.es/web/noticias-y-agenda/noticias/detalle-noticia/225-anos-de-la-estancia-en-santa-cruz-del-naturalista-frances-andre-pierre-ledru

 

(Chantenay, 1761-Le Mans 1825)

Fue profesor de legislación y de física, pero su verdadera vocación fue la botánica. Poseía una biblioteca inmensa, un herbario de unas 6000 especies y un jardín botánico. Su interés por las plantas, los jardines y la herborización lo llevó en 1796 a enrolarse en La Belle Angelique, comandada por Nicolas Baudin. Esta expedición cuyos fines eran naturalistas (observación de la naturaleza y recolección de muestras vivas y muertas), recorrió las Antillas en un periplo de dos años (1796-1798). Lo acompañaban el jardinero Anselme Riédlé, el zoólogo Pierre Maugé, el minerólogo Advenier y el astrónomo Pierre François Bernier.

Ledrú recolectó en Tenerife un gran número de plantas, en una escala que se prolongó más de cuatro meses. Esta colección la depositó él mismo en el Museo de Historia Natural de París. Ledrú escribe los resultados de esta estancia en la isla en la primera parte del tomo I de Voyage aux Iles Ténériffe, La Trinité, Saint-Thomas, Sainte-Croix et Porto-Ricco, exécuté par ordre du Gouvernement français, depuis le 30 Septembre 1796 jusqu'au 7 Juin 1798, sous la Direction du Capitaine Baudin, pour faire des Recherches et des Collections relatives à l'Histoire Naturelle; contenant des Observations sur le Climat, le Sol, la Population, l'Agriculture, les Production de ces Iles, le Caràctere, les Moeurs et le Commerce de leurs Habitants, París, 1810, 2 vols. Ledru ofrece con esta obra una visión completísima de la vida, las costumbres y las características físicas de Tenerife. En 1809 dedica a Canarias otro trabajo publicado en Mémoires de l'académie celtique (t. IV), Mémoire sur les Cérémonies religieuses et le vocabulaire des Guanches, premiers habitants des îles Canaries.

El 28 de mayo de 1798 arribaron en Fécamp con 200 cajas repletas de objetos de historia natural. Dos meses más tarde, el capitán Baudin fue laureado y la colección fue expuesta en las calles de París con motivo del aniversario de la ejecución de Robespierre.

A partir de entonces Ledrú se dedicó a impartir clases de legislación y de física en la Escuela Central de la Sarthe y de historia natural en su propia casa. Asimismo, fue nombrado miembro de la Sociedad Real de las Artes de Le Mans, de la Sociedad de los Anticuarios de Francia, del Museo de Tours y de la Sociedad Literaria de Nantes.

Conocida un poco más la biografía de este ilustre francés pasemos a leer sus impresiones sobre la Villa.

«El 12 de Febrero de 1797 partimos de La Laguna hacia La Orotava los señores de Villanueva, el conde de San Andrés, su amigo, Le Gros y yo, acompañados por siete criados…

Entre el Puerto de La Orotava y la ciudad del mismo nombre, M. de Villanueva posee una mansión espaciosa denominada Durazno. Es allí de donde he admirado la belleza del paisaje: ¡que cielo!, ¡que clima! Un dulce calor vivifica la campiña: por aquí viñas bien cultivadas dan fe de la habilidad y la riqueza de los habitantes; más allá, los jardines adornados de jazmines, rosales, granados, almendros en flor, limoneros, naranjos en flor, y frutos esparcen en la atmósfera un perfume delicioso.

La Villa de La Orotava, elevada a 318 metros sobre el nivel del Océano, está situada a una legua del Puerto, y a seis de La Laguna. La ciudad parece a primera vista desierta, sin industria ni comercio; la hierba crece en la mayor parte de las calles. No hay otros establecimientos públicos que dos escuelas de gramática elemental, pagados con los bienes provenientes de los jesuitas. Tiene, por otra parte, dos parroquias y cinco conventos. Su población que era en 1776 de 5.711 habitantes, cuenta con algunas familias antiguas de la Isla y algunos propietarios ricos que venden sus vinos a los comerciantes del Puerto. Cada uno permanece en casa, visita raramente a su vecino; las mujeres no salen casi nunca: tales son aproximadamente las costumbres y el carácter de los habitantes de la Villa de La Orotava.

Mientras que la Naturaleza lo ha hecho todo para ellos, no existe sobre el globo un clima más hermoso, una temperatura más dulce. Todas las casas, alineadas en anfiteatro sobre un terreno inclinado, gozan de una perspectiva encantadora y dominan una llanura fértil cubierta de viñedos, verduras y jardines; al Noroeste, la vista se pierde en las lindas casas del Puerto… allá sobre el océano que bate sin tregua la costa con un fragor que se parecería a veces el de un cañón. Al Sudeste una cadena de altas montañas cubiertas de bosque cierra el horizonte; al Sudoeste, el Pico, distante apenas cuatro leguas, levanta su cabeza cubierta de nieve y presenta sucesivamente diferentes fenómenos; unas veces la cumbre brilla con una luz plateada, mientras que el resto de la llanura queda velado por las nubes; otras, está cubiertas de niebla espesas que se elevan, se abajan y se cruzan siguiendo la dirección de los vientos mientras que la misma llanura goza de un aire sereno. Un agua pura baja de las montañas, y conducida por un canal de piedra, baña las principales calles de La Orotava. Esta agua pone en movimiento varios molinos en el mismo pueblo, y se dirige enseguida por un acueducto de madera que conduce hasta el jardín botánico establecido en el Durazno, los riegos necesarios. Conozco varios lugares hermosos en Francia, las costas meridionales de Inglaterra, he recorrido las orillas del Rin, Bélgica, Holanda; he vivido durante un año bajo el sol favorecido de las Antillas, pero si tuviera que dejar los lugares que me han visto nacer, y buscar otra patria… seria en las Islas Afortunadas, en La Orotava, donde yo iría a acabar mi vida.

Después del mediodía, he visitado con M. Josepf de Betheancourt los jardines principales del pueblo; he visitado el de M. Franchy un drago, el más hermoso de todas las Islas Canarias y acaso del globo. Este árbol tiene veinte metros de altura, trece de circunferencia en su parte media, y veinticuatro en su base; el tronco de seis metros de altura de divide en doce brazos, entre los que se ha colocado una mesa donde se puede sentar a comer cómodos catorce comensales. Este árbol extraordinario existía desde los tiempos de la conquista de Tenerife y tiene trescientos años. Cuando los españoles destruyeron los bosques de esta parte de la isla para construir sus viviendas respetaron este drago; los más antiguos títulos de la ciudad lo citan como punto fijo que sirven de lindero a algunas haciendas; es de hermosa apariencia, de una vegetación vigorosa y puede durar todavía de ciento cincuenta a doscientos años.»

En una de las notas el autor inserta el siguiente elogio.

«Es imposible encontrar un lugar situado de una manera más encantadora, más romántica. Las casas son bajas, pero de una limpieza notable, y todas construidas con piedras blancas. Por un lado de las calles corre un arroyo de agua dulce y límpida que brotando de una fuente abundante pasa sobre grava pétrea y deja oír a su paso el murmullo más dulce. Las montañas elevadas sobre montañas, coronadas de bosques embellecidos de hermosos follajes tocando un cielo pintado de mil colores, y el pico asombroso cuya cumbre forma el ultimo plano de este soberbio cuadro, ofrecen a los ojos la vista más rara y magnifica.»

 

1 Andrè-Pierre Ledrú, Viaje a la isla de Tenerife, 1796, nota preliminar de Julio Hernández, traducción de José A. Delgado, La Orotava 1982, p. 68 y s.

2 Barrington, Viaje a Botany-Bay, año 6, p. 17.

3 Texto extraído del libro “Lo que han dicho de ti”, Víctor Rodríguez Jiménez, 2006.

 

Como es habitual en esta serie de escritos paso a comentar algunos fragmentos:

«…Cada uno permanece en casa, visita raramente a su vecino; las mujeres no salen casi nunca: tales son aproximadamente las costumbres y el carácter de los habitantes de la Villa de La Orotava.»

Me es imposible, y me niego, a no comentar este fragmento. Esto es algo que no debemos perder. Sobre todo lo de cada uno en su casa y visitas raramente. No hay cosa más fea que estar de visitas en casas ajenas. Personalmente me parece algo totalmente despreciable. 

Sobre lo que las mujeres no salían casi nunca serian las de rancio abolengo, porque las pobres a trabajar de sol a sol en los campos, lavanderas, costureras y demás oficios. André Pierre a ver si escribes para todas y no para las ricas.

«…Conozco varios lugares hermosos en Francia, las costas meridionales de Inglaterra, he recorrido las orillas del Rin, Bélgica, Holanda; he vivido durante un año bajo el sol favorecido de las Antillas, pero si tuviera que dejar los lugares que me han visto nacer, y buscar otra patria… seria en las Islas Afortunadas, en La Orotava, donde yo iría a acabar mi vida.»

Este fragmento nada tiene que ver con el pensamiento que yo le asigno que no es otro que el de la mitológica isla de los Bienaventurados. Ya los contemporáneos de Ledrú descubrieron las bondades de éste lugar y muchos han venido aquí a pasar el ocaso de su vida. Desgraciadamente esas buenas visitas ya no existen.

«… he visitado el de M. Franchy un drago, el más hermoso de todas las Islas Canarias y acaso del globo. Este árbol tiene veinte metros de altura, trece de circunferencia en su parte media, y veinticuatro en su base; el tronco de seis metros de altura de divide en doce brazos, entre los que se ha colocado una mesa donde se puede sentar a comer cómodos catorce comensales. Este árbol extraordinario existía desde los tiempos de la conquista de Tenerife y tiene trescientos años. Cuando los españoles destruyeron los bosques de esta parte de la isla para construir sus viviendas respetaron este drago; los más antiguos títulos de la ciudad lo citan como punto fijo que sirven de lindero a algunas haciendas; es de hermosa apariencia, de una vegetación vigorosa y puede durar todavía de ciento cincuenta a doscientos años.»

Sobre este fragmento lo comento prácticamente a título simbólico hasta que toque a otros autores. Durante los siglos XVIII y XIX fueron mucho ilustres viajeros los que visitaron legendario drago. Lástima que no pudiera soportar los embates de los temporales de 1819 y el de 1867 que lo destruyó del todo. Sobre el drago de Franchy ya escribiré más extensamente en el futuro.

«… Por un lado de las calles corre un arroyo de agua dulce y límpida que brotando de una fuente abundante pasa sobre grava pétrea y deja oír a su paso el murmullo más dulce.»

Otro de los textos que me desconciertan. No es el primer autor que alude a este hecho. Doy por sentado, hay pruebas que lo demuestran, que la Villa estaba surcada de atarjeas que suministraban agua a molinos, lavaderos, y suelo agrícola. Lo que no me queda claro es si luego había atarjeas, fuentes y chorros son conocidos, que pasaban por delante de las casas con agua para consumo humano y doméstico. Incido en que más autores referencian este hecho del que si es como o pienso hoy en día no quedan vestigios sobre suelo público. Pero eso ya es labor investigadora para historiadores.

Pues esta es mi entrada dedicada a Andrè-Pierre Ledrú y mis impresiones sobre sus palabras. Como siempre digo que cada cual saque sus propias conclusiones.

Saludos.

 

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Primera edición del texto: Junio de 2022.

Texto: ©Andrè-Pierre Ledrú y sucesores.

Imagen: https://www.santacruzdetenerife.es/web/noticias-y-agenda/noticias/detalle-noticia/225-anos-de-la-estancia-en-santa-cruz-del-naturalista-frances-andre-pierre-ledru