domingo, 5 de mayo de 2024

La niñera (a Juanita).

La imagen ha sido generada por IA. Con esta serie de artículos he empezado a experimentar con esta nueva tecnología que irrumpe de forma abrumadora y que no podemos darle la espalda ni omitirla en aquellos escritos, que careciendo de imágenes propias, pudiéramos subsanar con imágenes generadas por Inteligencia artificial.

Obviamente de todas las que generó no es la que yo quería, pero sí la que más se asemeja. 

 
 

En el mes de Marzo publicaba una reseña, la pueden leer pinchando aquí, sobre el libro “Antes de que se acabe el tiempo de escribir” de José Luis Sánchez Parodi (Villero de honor y Pregonero de nuestras Fiestas en el año 2006). En aquel momento, y en base a la lectura del mismo, comentaba que mi humilde intención era hacer lo mismo que en su día realicé con el libro “Lo que han dicho de ti” de Víctor Rodríguez Jiménez. La diferencia entre ambos es que el de Sánchez Parodi nos es más contemporáneo.

Así que tras su lectura, seleccioné aquellos textos que me parecen más interesantes, como el que traigo hoy, y que a continuación extraigo algunos fragmentos.

«Bajaban a la Villa desde las cumbres, allá por donde llaman Benijos, Pino Alto, Barroso o Aguamansa, caminando por las pedregosas cuestas de la década de los 50, con la inocente niñez de sus once o doce años, hijas de modestas familias campesinas que, por numerosas, veían obligadas a situarlas -niñas aún- como niñeras que habían de cuidar a los menores, a los “menudos” hijos de los burgueses y aristócratas de La Orotava.

Traían en sus abiertos y asombrados ojos todo el miedo de sus cortas existencias viviendo en el monte, con la oscura soledad de la noche en sus entrañas, lejos las escuelas y cerca la llaga del analfabetismo.

Se separaban así de sus familias sin que una lágrima asomara en sus rayados ojos, dignos de un triste madrigal de sufrimientos, y, vacilantes, iban para la habitación que le habían reservado en el último lugar de la casa.

Nadie podrá nunca saber el susto y la congoja de esa primera noche en una vivienda extraña, cuando los ruidos nocturnos se transforman en lóbregos ecos, que atormentan y siembran desasosiegos y miedos…

… Niñas de los montes, de entre los cuales parece que la Vila cuelga, suspendida por invisibles hilos de oro que el sol dora, sin que nadie se de cuenta. Unas niñas vigilantes celadoras, cuidadosas muchachitas con enormes ganas de jugar sin poder, porque tenían que estar pendientes de que “sus” niños no corriesen peligros, ni se cayesen y se cubrieran de rasguños sus rodillas y las plantas de sus manos. Sus cien ojos de Argos protectores, anticipándose al peligro, vigías del riesgo y del dolor que acechaban y que ellos pugnaban por eliminar.

Así se formaron y crecieron para transformarse en muchachas espigadas que acaso se quedaron en la misma casa. Cocineras que aprendieron en el día a día, sin descanso, transformándose en auténticas amas de casa siempre con “sus niños”, y niñas que crecían, mientras los años corrían fugitivos para todos, con su carga inevitable de dichas y venturas.

De aquellas casas salieron, las más, para casarse, constituyendo sus propio hogares -¡ellas, las silenciosas y anónimas niñeras de nuestros hijos!- para continuar un trabajo repartido entre su matrimonio y la ya vieja familia, a la que poco a poco la vida diseminaba.

Yo quisiera saber cuántos recuerdan -hombres y mujeres ya de la antigua Orotava- a aquellas niñeras que los llevaban de la mano, por las calles en cuestas, sacrificando una niñez que ellas nunca gozarían plenamente, para ganar con su duro trabajo el pan diario, en una edad que todas merecían correr, saltar, jugar a la china, con una piedrecita a pie cojo, sorteando los obstáculos pintados con tiza en el suelo de la plaza.

No sé, No sé por qué viene a mí el melancólico fantasma de una época pasada. Pero bien merecía que, salvando las duras barreras del olvido, yo dejara aquí la imagen de aquellas muchachitas que bajaban del monte para labrar su vida junto a las familias, donde un día entraran a cuidar a unos niños que, a pesar de la edad que hoy tienen, siguen siendo para ellas aquellos pequeños que llevaban a jugar a la plaza.»

 

José Luis Sánchez Parodi “Antes de que se acabe el tiempo de escribir” (2006).

 

Interesante texto este que Sánchez Parodi dedica a las niñeras y en especial a Juanita, supongo que tal vez fuera la niñera que cuidó de sus hijas. Un acierto del escritor acordarse de ellas, pues fueron una realidad en la Villa y en todo pueblo de abolengo. Sobre todo hasta finales de los años 60 donde ya la irrupción de las clases medias cambió los roles sociales. Aunque bien es cierto que la figura de la niñera, canguro, cuidadora, babysitter… o cómo prefiera llamárselas, sigue estando presente en muchos sitos, incluido la Villa.

También en el mismo texto se desmitifica un hecho que no concordaba con la realidad, y que mucha gente aireaba de forma calumniosa o ignorante, como era el que estas niñas/adolescentes entraban en las casas a trabajar gratuitamente. De eso nada, ellas estaban retribuidas. ¿Si no para qué se iban a colocar en casas ajenas a trabajar? Otra cosa es que existiera la picaresca de no darlas de alta como trabajadoras en la Seguridad Social. Pero asalariadas eran.

Conozco varios casos de mujeres así en La Orotava, y no son muy mayores, algunas incluso sexagenarias, que entraron de niñeras y acabaron siendo una más de la familia ganándose el cariño de todos. Incluso algunas testamentadas por aquellas personas que en su día las contrataron. Algunas se situaron muy bien, e incluso les buscaron buenos matrimonios.

No expreso tampoco que no hubiera casos de mal recuerdo y chicas que fueran despedidas o dejaron por decisión propia su trabajo. De todo hay en todos sitios. 

Para finalizar este escrito de hoy me ha encantado, y a la vez entristecido, cuando Sánchez Parodi, recordemos que este libro fue publicado en el año 2006 y que estos artículos son una recopilación de años aún más atrás, ya se expresaba en términos como “la antigua Orotava”. Sin lugar a dudas todo un visionario de que aquella Orotava que él conoció como juez, y años después jubilado, fenecía inexorablemente en aires que nunca debieron llegar y soplar en la Villa (esto último opinión personal mía).

Con este escrito inicio una serie de entradas al blog dedicadas a este libro y a recordar la figura y anécdotas de este insigne juez en los diez años que residió en la Villa y a la que siempre llevó en su corazón.

Saludos.

 

Texto: © José Luis Sánchez Parodi y herederos.