En esta calurosa tarde de julio me comunican el fallecimiento de Juan del Castillo. Sabía que estaba enfermo y según me comentan hace unos días fue trasladado al hospital.
La verdad que es una triste noticia para La Orotava, pues Juan del Castillo era un hombre de cultura y amante de su pueblo. Deja un legado cultural e intelectual de bastante envergadura.
Confieso que nunca tuve mucho trato con él. Prácticamente algún escueto saludo y poco más. Sí que he leído sus libros y artículos, pero nunca crucé esa línea en la lejanía que muchas veces separa al escritor y lector. Pero no por ello me apena su marcha.
Con él se va otra parte muy importante de esta Orotava que ya sucumbe al paso del tiempo y que está desembocando en otra Orotava que yo ni la reconozco ni la quiero. Hombres y mujeres como Juan del Castillo sí me representan en esa idea y cosmogonía de lo que debe ser esta Villa.
José Luis Sánchez Parodi, últimamente muy presente en este blog, escribió sobre él lo siguiente:
“Más lo que me parece a mí, que La Orotava no conoce, es el amor inquebrantable que Juan Antonio siente por ella, e ignora al Juan Antonio íntimo, solitario, recoleto… Al Juan Antonio por dentro, espiritualizado tras los muros de su casona de la Plaza del Llano, donde se enhechiza en los nocturnos de la Villa. Porque por encima de libros publicados, de conferencias y pregones dados, lo mejor de su obra lo ha dedicado a la Villa, sin alharacas, sin aspavientos, con la seriedad del investigador y la pasión del poeta, que guarda y esconde pudorosamente”.
Indudablemente se va un grande. Hombre muy suyo, al menos así me lo pareció siempre. Pero hombre serio y de rigor que llegó a ocupar puestos de altísima responsabilidad dentro de la administración pública.
Igualmente el mejor anfitrión que tenía esta Villa por sus fiestas. Buena muestra de ello era los personajes que reunía bajo su morada en el día de la Romería y que pertenecían a todos los altos estamentos de la sociedad local, insular y canaria.
Hombre, y lo incido nuevamente, culto. En esa idea entre renacentista e ilustrado, y con ese convencimiento católico propio de los caballeros villeros de antaño, que es tan necesaria en pueblos como el nuestro que han de velar por el peso de su historia. Porque don Juan siempre fue uno de los máximos representantes de La Orotava vieja. Esa única y verdadera Orotava que no admite tutelas ni injerencias externas. De aquellos que han defendido y llevado a gala con honor y orgullo la cosmogonía propia que forma ésta Villa. Lo de Villero de Honor fue más que merecido. Sólo en pensar en la biblioteca que debía poseer ya me hace suponer que su casa era templo de cultura.
Muy villero y a la vez muy
español. Firme defensor de la Constitución y el modelo de Estado surgido del Régimen
del 78. Igualmente acérrimo monárquico recuerdo que cuando Felipe VI es
coronado en las Cortes don Juan engalanó el balcón de su domicilio con la Bandera Nacional.
Esas son las gentes que necesitamos aquí, pero a la vez las que se nos están yendo por ley de vida.
Hoy este pueblo no sólo pierde un insigne hijo. Pierde igualmente, como bien tituló uno de sus libros, aromas de La Orotava. Y aromas de la más exquisita esencia.
Ojalá que ya se haya reunido con sus padres don Juan y Doña Peregrina (una de las mayores damas que ha poblado este pueblo y natural de Gran Canaria). Buenas y cultas gentes. De casta le viene al galgo.
Descanse en Paz Juan del Castillo y León.