miércoles, 28 de octubre de 2020

Cuando fui a un duelo en un domicilio particular.

Esta semana estoy aprovechando en publicar algunos artículos dentro del contexto de estas calendas de la festividad de Fieles Difuntos y Todos los Santos y hoy les voy a relatar una vivencia personal acaecida hace años. Me tomo la licencia de omitir quién era el finado y el lugar por respeto a la familia.

Esto debió suceder allá por el año 2003/2004. Estaba unos días en el pueblo y falleció un familiar de un amigo. Me lo comunicaron a lo que respondí bueno nos vemos en el duelo donde Pedro Cruz. Pero me dan por repuesta, para mi sorpresa, que el duelo es en el domicilio del fallecido. Yo no sabía exactamente el lugar y fui con otras personas. Era uno de estos sitios bucólicos que aún quedan en la Villa en una casa antigua de labradores. Llegamos, saludé a la gente que estaba en el exterior y di el pésame a varios familiares. Hasta ahí todo bien. El choque brutal en mis ánimos fue al entrar, pues pareció que traspasé los umbrales hacia otra época. De pronto me veo en una sala casi en oscuridad. Solo alumbrada por una lampara antigua de tulipa esférica cerrada que daba una tenue luz y dos cirios grandes, no sé si los pondría la funeraria, una cruz y el féretro. Y toda aquella sala llena de mujeres enlutadas llorando como plañideras. Pero unos llantos terribles. Con aquel olor penetrante y fuerte característico de este tipo de viviendas. Aquellos cirios y luz tenue en el techo y venga a llorar las féminas. Percibí que de pronto del siglo XXI había saltado al XIX. Era como una especie de abstracción fúnebre propia de tiempos pretéritos. Total que me empecé a sentir mal. Parece que me estaban absorbiendo la energía y tuve que salir de aquella casa. Vi la luz del sol y parece que salía del mismísimo Hades. Pálido y temblando todo el cuerpo que me tuve que agarrar a la barandilla para no irme al suelo. Una de las personas que iba conmigo me preguntó si me había pasado algo y mi respuesta, por su puesto discreta ante el momento y situación, fue que aquello me había impresionado. Y no era tampoco la primera vez que iba a un duelo en un domicilio particular. Tampoco he ido a muchos en tales características porque lo normal es que este tipo de situaciones se pasen en recintos públicos habilitados para tal fin. 

Plañideras en un entierro. Durante siglos su presencia en duelos y funerales fue algo muy típico entre las clases más pudientes de la sociedad que les pagaban por ir a llorar al finado/a. Tras el Concilio Vaticano II estas practicas desaparecieron por la contrariedad que suscitaban. Imagen: https://www.covertalavera.com/firmas/pequenas-historias/entierro-con-planideras/
  

Después de eso no he estado en ningún duelo más en un domicilio y tras esa mala experiencia me pensaría mucho si asistir porque el impacto de aquellos cinco minutos dentro de esa casa es algo que en la vida olvidaré. Posiblemente aquellas mujeres enlutadas y compungidas fueran familia y el ambiente era ese. Sufrí una concatenación de hechos. Tal vez influenciado por la literatura gótica donde la muerte siempre es recurrente. Las salas con las cortinas cerradas y los espejos tapados. La luz tenue, los cirios. El ambiente luctuoso, la propia zona donde está esa casa…

Canarias siempre ha sido un lugar con mucha cultura de duelo. Y cada isla con sus tradiciones particulares. Una vez estaba oyendo en la radio a un divulgador de la cultura canaria hablando sobre estos temas y relató cómo era el duelo de la muerte de un niño pequeño. La mentalidad de aquella época del sincretismo entre región y supersticiones. Hay que ponerse en el contexto de aquellos años. Es que no lo voy ni a escribir por no tener esa carga mental.

Personalmente no soy partidario de los duelos. Cuando fallezca no quiero duelo. A mi que me lleven directo al cementerio. Y admito que me haría ilusión que me llevaran los Dancing Pallbearers, este grupo de Ghana que tan famoso se ha hecho en este tétrico año 2020. Imaginen subiendo la calle la Carrera… Y si el cura, el que sea y esté cuándo muera, si quiere echar un responso que me espere en el número 6 de la calle San Francisco. Ni por la iglesia quiero pasar. ¡Y gratis que es tu obligación como administrador de sacramentos! Opino que un duelo no debe ir más allá de ocho horas después de certificarse la muerte. Porque como una persona fallezca a tales horas en tal lugar el duelo que le espera a la familia es larguísimo en horas. No me gustan los duelos, pero soy consciente que hay que acompañar a la familia en ese duro trance. Por eso a los duelos voy a última hora y luego a la iglesia. O iba, porque con el Covid todo ha cambiado. Se me vino ahora a la mente a un señor que falleció hace algunos años que se llamaba Ramón. Vivía en el Ramal y siempre decía que hay que acompañar para ser acompañado. Lástima que no tenga foto de él porque ese señor iba a todos los entierros. Un personaje que bien merecería un escrito por el valor humano y etnográfico del mismo.  Dios lo tenga en la Gloria de tantas personas y familias que acompañó en eso siempre difíciles momentos.

Hoy les cuento esta anécdota, siempre dentro de mi mayor respeto al finado y su familia con la que con muchísimos miembros me une una gran amistad. Tal vez el escribirlo sea para mí como exorcizarme de la impresión que tuve en aquellos momentos. A lo mejor a día de hoy iría a otro duelo en mismo lugar y ambiente y tendría unas percepciones diametralmente opuestas. Pero tampoco tengo intención de averiguarlo. Deberíamos hacer como antaño. Ir al carpintero y que nos haga la caja a medida y tenerla en casa como se ve en las películas, sobre todo del Oeste, y en las de marineros. Estas ultimas con doble engrudo en las juntas por si el barco se va a pique no entre agua y la caja también se hunda. Yo es que soy un pragmático.

En fin, aquí lo dejo porque comprendo que puede haber lectores/as que este tema les cause desasosiego y más en estos días. Y mis lectores son igual de sagrados que lo inexorable de la Parca.

Saludos. 

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Primera edición del texto: Octubre de 2020.