miércoles, 5 de abril de 2023

Los alborotos en La Orotava del año 1718.

 



«En la Villa de La Orotava desde el día 25 de Febrero amaneció un cartel en la esquina de Santa Clara que decía: “Recurre este afligido pueblo al señor teniente”. Se pedían cuatro cosas:

I.            Que se fabricase cárcel pública y se dejase libre el granero de la alhóndiga.

II.          Que no se consistiese extraer de aquella jurisdicción autos ni presos.

III.        Que se hiciese una fuente o pila para tomar el agua con más aseo.

IV.         Que se repartiese el vino en las tabernas con más orden.

Este cartel, arrancado por el alcalde mayor, el licenciado don Alonso Pérez de León y Bolaños, vuelto a fijar la noche siguiente por una cuadrilla de 50 hombres, dio motivo a que se convocase el pueblo para una junta el 5 de Marzo. Fue tan numeroso el concurso que, por no caber en la ermita de San Roque, se pasaron a la iglesia inmediata de San Agustín.

Aquí se mostró tribuno de la plebe don Juan Delgado Temudo, vicario foráneo, que, subiéndose al púlpito como a la tribuna rostral, arengó, declamó, abusó de las Santas Escrituras y leyó otro papel que le había dirigido el pueblo. En este añadían nuevos particulares:

I.            Que se reintegrase la alhóndiga pues, debiendo tener 2.000 fanegas de trigo, sólo tenía 14.

II.          Que el cabildo de La Laguna hiciese entrega a La Orotava de los propios de su distrito.

III.        Que se repartiese el vino en las tabernas sin intervención de la justicia.

IV.         Que lo que de ella y de los propios se recaudase, se había de consignar para abrir un puerto, fabricar una cárcel, un hospital, una parroquia…

Temudo aseguraba que el pueblo lo mandaba así, como si fuese el pueblo de Atenas. “¿Y quién es ese pueblo?” replicaban las personas de juicio. El vicario, sañudo, las mandaba sacar de la iglesia. Entonces los acontecimientos, la vocinglería, la confusión. Nombrase tres apoderados, entre ellos el mismo Temudo, por cuyo influjo continúan los cedulones, las protestas y las gavillas.

Estas degeneran en tumulto la noche del primero de Abril. Una tropa del populacho, capitaneada por un ayudante de milicias, escala la torre de la Concepción; tocan a rebato; juntase más de 1.500 hombres; corren a las casas del alcalde mayor; quebrantan las puertas; huye; búscanle en varias partes; no le encuentran, y, parando en casa del alférez mayor y coronel don Francisco Valcárcel, le intiman, apuntándole con algunas bocas de fuego, que junte el regimiento y marche con ellos en solicitud de Bolaños, del escribano Álvarez, de los papeles de la alhóndiga y junta de San Agustín.

Excusase el coronel; registranle la casa; llévanle a donde había un nuevo pasquín y se lo hacen leer en voz de pregonero. Pedían que saliese Bolaños de la Villa, por enfermo y poco letrado, y el escribano, por demasiado hábil e inquieto.

Entre tanto se había bajado el vicario al puerto de La Orotava, no sin bastante estudio. Pero al amanecer le destacan 200 hombres, quienes, encontrándole en la sacristía de San Francisco, revistiéndose para celebrar, cargan con él en brazos y, gritando ¡Viva nuestro vicario!, le trasportan al llano de San Sebastián, en donde estaba todo el pueblo. Déjase ver Bolaños. Ofrece abandonar la jurisdicción, obedeciendo a la ley del ostracismo, si bien los más se contentan con que diese palabra de cumplir cuanto se le ordenase. Parte de allí la chusma loca con tambor batiente a Las Caletas del Puerto. Talan viñas, demuelen casas, arrancan árboles, arrasan mojones, todo bajo pretexto que aquellas tierras debían ser baldíos comunes para pastar ganados.

Duraron estas turbaciones algunos días, hasta que, restituido a la Villa como en triunfo el alférez mayor, que se había retirado a Los Realejos, tomó Bolaños providencias más vigorosas, publicó bandos, pidió auxilio militar a los coroneles, hizo rondas y despachó avisos al capitán general. Este llegó a La Orotava el 5 de Abril, acompañado de mucha oficialidad, después de haber hecho poner sobre las armas el regimiento de Los Realejos y un trozo del de Güímar. Extrañó de la Villa algunos revoltosos y todo fue insensiblemente calmado.»

 

Historia de Canarias. Libro XV.

José de Viera y Clavijo.

 

Desde hace algo más de un año no estamos sino oyendo, y sobre todo sufriendo, día a día la inflación, tipos de interés, la guerra entre Rusia y Ucrania (de allí parece ser que venía todo), los discursos vacíos, las mentiras y la pérdida de poder adquisitivo del pueblo en una situación que lo que antes comprabas por un euro ahora cuesta el doble o más. Y como siempre mucho protestar, pero poco hacer. Tal vez yo el primero. Como dijo no sé quién: “el problema es que mucho menear, pero poco copular”.

Hace años leí la Historia de Canarias, del gran don José de Viera y Clavijo. Y recordaba fugazmente este relato acontecido en el año 1718 en nuestra Villa. Así que me introduje en mi biblioteca y lo rescaté.

Contextualizándolo a todo el país, leyendo esto no podemos por menos que o bien sorprendernos o avergonzarnos de ver cómo nuestros antepasado resolvían ciertos problemas de forma contundente. O al menos lo intentaban. No se andaban con chiquitas y si un alcalde tenía que salir por patas del pueblo y encañonar a un coronel se hacía. Uno de los males endémicos que siempre ha tenido el pueblo español es que es muy sufrido, pero cuando despierta apártate. Si esta gente tenía que revolucionarse y soltar cuatro blasfemias y cuatro cogotazos lo hacía.

Por lo que se lee e intuye en el texto el tal Bolaños y el escribano Álvarez debían ser dos pájaros de cuidado. El uno por “enfermo y poco letrado” y el otro por “demasiado hábil e inquieto”. Que cada persona saque sus conclusiones ante estos adjetivos.

El pueblo pedía lo que le pertenecía, (tremendo robo en fanegas de trigo), y necesitaba para sus mejoras. A río revuelto ganancias de pescadores y siempre aparece algún oportunista como el vicario Temudo. Otro que debía ser de cuidado. Allá donde haya negocio y suene el dinero bien le gusta a un cura estar.

Eso sí, lo de vino que no se lo tocaran que eso era muy importante. Tal reivindicación sí que me sorprendió.

Yo estoy seguro de que a esta gente del siglo XVIII le meten una inflación como la de ahora y una clase dirigente que no sabe de nada y se creen saberlo todo, recordemos “enfermo y poco letrado” y esa gente se levanta en armas. Eran otros tiempos… Ya las campanas de la Concepción, ni de ningún lugar, no tocan a rebato para congregar a 1.500 villeros, o cualquier otro gentilicio, con cojones.

En este texto a Viera sólo le faltó decir, aunque creo que eso se dice de los chasneros (dicho con todo cariño y respeto): “a villero y cochino no te le atravieses en el camino”. Arrasaron con todo y a saber cuántos viller@s leerán estos y no estuvieron sus ancestros implicados directamente en el tema.

¿Se les puede reprochar algo? Si Viera fue fidedigno, y no tengo por qué dudar de él, estaba más que justificado dicho alboroto. Vacilones los justos. ¿Consiguieron sus objetivos? Tal vez sí, aunque a juzgar por lo escrito por Viera: “…Extrañó de la Villa algunos revoltosos y todo fue insensiblemente calmado…” Esperemos que sí. Al menos lo intentaron y no se dejaron subyugar por el poder establecido.

Es triste tener que recordar estos textos que tan extrapolables y de actualidad están. Ojalá esto se contenga de una vez y bajen los precios, y si no bajan que se obligue a ello, porque la situación está complicada. Afortunadamente para otros, y para infortunio del pueblo, la nación española está totalmente anestesiada.

¡Ay don José de Viera y Clavijo, si levantara vuestra merced la cabeza!