viernes, 22 de febrero de 2019

Canto a La Orotava.

Buscando en mi biblioteca información para un futuro escrito me he tropezado de golpe con un canto en honor a nuestro pueblo que nunca había escuchado.  Se titula “Canto a Las Orotava” y fue publicado en al año 1901 por el poeta cordobés, otros dicen que granadino, Guillermo Belmonte Müller en su libro de poesía titulado “Canarias”.
Guillermo Belmonte Müller.
Foto: https://cordobapedia.wikanda.es
La verdad que me encontré con este texto de manera inesperada y me parece muy interesante traerlo al blog. Y más cuando en esta tercera temporada dije que quería ir publicando cosas de este estilo.
Pero también me lleva a una reflexión. Ya he publicado varios textos de autores diversos donde todos expresan el profundo impacto visual y espiritual, para bien, que les produjo el Valle de La Orotava. Tanto que siendo foráneos redactan el deseo y anhelo de trasladarse a vivir y morir en estos lares. La leyenda, porque hay que tomarlo con la debida prudencia, nos dice que Humboldt al contemplar el Valle por primera vez se arrodilló y exclamó que jamás había observado belleza igual. Luego vinieron otros con aseveraciones parecidas y seguro que mucho antes tantos otros lo hicieron. Imagine querido lector/a la inmensa belleza que debía tener nuestra tierra en pasado siglos. Sobre todo, desde que se formó nuestro Casco anclado y rodeado entre tanta belleza de lava y vegetal.  Por ley de vida nadie queda ya que conociera esa Orotava desde los siglos XV al XIX. Pero debió de ser majestuosa en sus vistas.
Hoy nos quedan las crónicas de aquella época y algunos vestigios de lo que fue. Otros por edad, aun recordamos una Orotava más tapizada de verde, más bucólica y con ese embrujo de pueblo. No quiero extenderme más pues el sublime verbo de Guillermo Belmonte Müller habla por sí solo.
Me quedo con estas palabras:
 “… ¡qué nido para amar!
y ¡qué lecho en que morir!”
Ojalá así sea para todos los que amamos La Orotava.

¡Salud!, famosa Orotava,
Valle de eternos verdores
que echaste un tapiz de flores
sobre un desierto de lava.

Aunque, sin verlo, admiraba
tu suelo, ¡jardín canario!,
sentí un goce extraordinario,
cuando, al doblar el camino,
vi alzarse el telón divino
que descubrió tu escenario.

¡De tu belleza cautivo,
a mi hogar de nuevo torno,
llevando impreso el costomo
de algún álbum fugitivo!

La musa y el genio esquivo
aquí se pueden unir,
¡qué sitio para venir
a inspirarse y a olvidar
y ¡qué nido para amar!
y ¡qué lecho en que morir!

                         Guillermo Belmonte Müller.