Un Pueblo para su Gente y una Gente para su Pueblo. La Villa de La Orotava es más que un sentimiento. Blog siempre en aguerrida libertad.

martes, 24 de mayo de 2022

Don Antonio Márquez Fernández.

 

Fotografía de don Antonio Márquez posiblemente hecha durante su estancia en La Orotava, pues el fondo de esa imagen era el que utilizaba el mítico fotógrafo villero Andrés Genovés que por aquellos años realizaba las fotografías anuales al profesorado y alumnado. Imagen: https://boletin-salesiano.com/don-antonio-marquez-fernandez/


Día este de María Auxiliadora y buen momento para recordar a otro de los sacerdotes salesianos que fueron leyenda en La Orotava. En este caso a don Antonio Márquez al cual tuve el placer de conocer. Como sacerdote no me interesa su figura, pero como erudito siempre me pareció un hombre con el que valía la pena conversar de lo humano y lo divino.

Natural de Pozoblanco (1929) militó durante cincuenta y nueve años en la orden salesiana y cincuenta como sacerdote. Un humanista hasta la médula el cual hablaba a la perfección el latín, donde ya en sus onces años de aspirante se dedicó a la enseñanza de esta lengua.

Durante su juventud estuvo en el seminario salesiano de Antequera y sucesivamente en los de Montilla y San José del Valle, en Jerez de la Frontera. Allí emitió sus primeros votos religiosos. En la ciudad de Utrera cursó un bienio filosófico. Finalizado el mismo fue trasladado a Montellano para ejercer el magisterio. Luego fue trasladado a Carabanchel Alto, popular barrio de Madrid. Aquí cursó cuatro años de estudios teológicos y en 1956 fue ordenado sacerdote. Madrid fue el punto de arranque de sus actividades docentes y ministerio sacerdotal. Estuvo en lugares tales como Montilla, Pedro Abad, Salamanca (donde obtuvo la Licenciatura en Filología Clásica), Granada, Córdoba, La Orotava, sede esta última de su más activa producción poética, y finalmente en Ronda.

Era un enamorado de las civilizaciones griega y romana. Un romano-helenista como a mí me gusta decir. Poeta empedernido publicó veintitrés obras literarias. Por desgracia yo sólo cuento con dos: “Nivaria amable” y “El corazón en Nivaria”.

Llegó a La Orotava allá por la década de los años 80 y residió en la Villa durante ocho años hasta que le sobrevinieron sus problemas de visión. Problemas que nunca tuvieron una solución satisfactoria, pese a ser tratado por los mejores especialistas en la materia. Tras dejar La Orotava marchó a Ronda donde permaneció los últimos once años de su vida ejerciendo en sacerdocio en las clarisas y como confesor.

Falleció en Sevilla el 29 de noviembre del año 2006 a la edad de 77 años.

Esta es su biografía, muy condensada, de este sacerdote que tanta huella dejó en la Villa.

Ahora quisiera escribir algo más personal en mi trato con él y las sensaciones que a me han causado leer dos de sus obras poéticas, aunque me gustaría tenerlas todas.

Don Antonio era un sacerdote peculiar. Sobre todo confesando. Era una persona muy amable y sencilla. Siempre con una voz dulce, pausada y una sonrisa en los labios. Eso igualmente lo llevaba a gala en su faceta de docente. En las confesiones no perdía ese virtuosismo, pero sí que añadía algo que no sé si lo hacía como muestra, según las creencias de cada persona, de que la confesión acerca a Dios siendo el sacerdote su vehículo, o era algo más psicológico. Se sentaba en el confesionario y te sostenía la cabeza. Parecía que interrogaba al penitente. Y uno pensaba a ver qué le digo yo a éste no vaya a ser que me tire de las orejas. Nunca me tiró de ellas, pero cada vez que iba, yo le soltaba cualquier historia para salir al paso, me tenía ya la medida asignada de nueve padre nuestros y nueve avemarías. Y teníamos que arrodillarnos a rezarlo en el último banco. Uno sentía la mirada clavada en el cogote. La verdad que rezaba de más por disimulo. Cosas de la niñez y adolescencia porque hace años que ni me confieso, ni tengo intención de ello. La verdad que don Antonio en ese sentido era de características propias. Confesiones cara a cara sin ventanas con celdas de por medio o simplemente frente a frente. Él alegóricamente creaba un nexo espiritual.

Como sacerdote y profesor seamos claros. Era un hombre que supo confluir en el mundo Clásico, el Renacimiento y la Ilustración. Conversar con él era tener una charla sobre lo humano y los Divino a un nivel cultural del que hoy es muy difícil de encontrar. Era un humanista, pero no con aspiraciones a transhumanista, sino a supra humanista. De esas personas que aunque podamos estar de acuerdo o no con su filosofía o creencias, era un deleite conversar con él. Obviamente yo tengo mis ideas que no han de confluir con las de un salesiano pese a yo haber pasado por la escuela salesiana. Por eso valoro tanto a esas personas con las cuales puedes mantener una conversación de toda índole y respeto siendo ideas antagónicas las que nos separan.

Sobre su pérdida gradual de la visión y con lo que he leído de su obra literaria yo creo que fue un hombre tocado por Dios. Más allá de su sacerdocio y creencias. Una persona que a la vez que iba perdiendo la visión iba aumentando en él otra visión espiritual más nítida, con más profundidad de campo y un rango dinámico de colores más extenso. Don Antonio transformó en palabras lo que veía en lo invisible. Son sus versos tan detallados, y de una sensibilidad tan ahondada en lo espiritual que eso sólo lo puede escribir alguien que ve en otro plano existencial en el que la mayoría de los mortales no podemos vislumbrar. De los mejores versos dedicados a La Orotava y Tenerife que haya leído salieron de su pluma. ¿Qué misterios podía ver don Antonio? No lo sé. Pero tengo claro que su palabra escrita es de una fuerza, que trasmite totalmente al lector, y que no dejan indiferente. En otros escritos ya he comentado que leer poesía no es mi fuerte, al contrario, no es un género literario que me agrade. Pero leer lo que don Antonio escribió es algo que engancha. Palabras bien conjuntadas para fluir en armonía y crear una simbiosis entre lugar-escritor-lector. Tanto es así que yo he utilizado algunos de sus poemas para aderezar algunos escritos en éste blog.

Sea hoy mi recuerdo a este sacerdote que dejó huella en La Orotava. Recuerdos que se debaten entre la anécdota personal y el placer de la lectura. Quiero cerrar el escrito con otra anécdota que una vez me contó. Un día me crucé con él, creo que era un domingo por la mañana, bien temprano. Y me comentó que no había conocido nada más encantador y sutil para los sentidos que el entorno que rodeaba la parte de La Orotava donde se sitúa el colegio. Que era una maravilla los amaneceres y atardeceres y el silencio que envolvía el Casco en una atmósfera especial. Uno no sabe lo que tiene porque está acostumbrado a ello y muchas veces debe venir una persona de fuera para hacernos dar cuenta. Yo intuyo que él era hombre de observancia y silencio de horas al alba y crepusculares. Me recuerda a otra persona que siempre me decía que no había nada más encantador que el “escuchar” los sonidos nocturnos de la Villa.

Como referencia acertadamente el amigo Desiderio González Palenzuela: «Los que tuvimos el grato honor de conocerlo durante su estancia en La Orotava, palpamos el cariño extraordinario que tenía por nuestra tierra. Sus poemas, muchos de ellos sonetos, rezuman un sabor clásico de clara inspiración en el poeta barroco Luis de Góngora…

Su corazón supo estar abierto a las maravillas de nuestra Isla: el mar, el Teide, el Drago de Icod, la Punta de Teno, Masca... y también con sentimiento de admiración y de fe, supo valorar el arte sacro orotavense en poemas dedicados a las imágenes que desfilan en nuestra Semana Santa…»  

Obviamente era otra Villa. Otro entorno y desde sus años de estancia en La Orotava la morfología de la misma ha cambiado mucho y por lo tanto también la acústica. Creo que de ese entorno privilegiado de aquellos años compuso don Antonio algún que otro poema. Así que cierro el escrito con estos versos que se anexan bien con lo relatado en este escrito.

Mañana Orotavense.

La aurora se ha asomado a la ventana
de Nivaria, la Isla Fresca y pura.
Apagaron sus guiños las estrellas,
huyen las sombras, duérmese la Luna.

 

La mañana es un pájaro que canta
paz y calma profundas
y una flagrante flor que expande
su aroma virginal y hermosura.

 

Un sol de tibios oros
horadada de los bosques la espesura
y los montes, los valles y barrancos,
mimosamente, acuna.

 

¡Dios mío, que jornada
de luz y bienandanza se apresura,
de tareas urgentes e inquietantes,
totalmente, desnuda!

 

Mi entraña, como el ave, libre y suelta,
firmemente segura,
Salta a los dulces campos insulares,
Mi Señor… ¡en tu busca!

 

Abril,1987.

 

No te vayas.

 

No te vayas, tarde, espera
no pases el mar de Atlante.
No huyas, aguarda, bella,
plácida y serena tarde.

 

Ay, quédate suspendida
en las copas de los árboles,
de los montes en la cima,
en los verdores del Valle.

 

Donde te palpe mi entraña,
donde mis ojos te alcen,
donde sienta tu luz blanca,
tu caricia dulce y suave.

 

¡Oh tarde del mes de Junio
de La Orotava en el Valle!
¡Si a mi alma fueras profundo
cauce de paz y constante…!

 

Junio, 1986.

 

Este último poema no sólo lo he elegido por su bella factura y por las razones más arriba comentadas sino porque en el mismo subyace una gran verdad. Si quieren ver desde en La Orotava las más bonitas puestas de sol han de hacerlo principalmente en el mes de Junio. Sobre todo entre la segunda semana pudiéndose llegar hasta la primera semana del mes de Julio. Bien sabía don Antonio que la explosión cromática que sólo puede darse en tales fechas del recorrido solar son inigualables.

Allá dónde esté don Antonio seguro que seguirá componiendo las más bellas rimas de esos elegidos que todo ven en lo tangible e intangible.

 

 

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Primera edición del texto: Mayo de 2022.

Imagen:https://boletin-salesiano.com/don-antonio-marquez-fernandez/