Noviembre siempre es mes de arcaicas tradiciones. Es sin lugar a dudas en mes por antonomasia de los cementerios. Pero a mi, en cualquier época del año, siempre me ha gustado visitarlos.
Me dan paz y tranquilidad y escucho sus voces como ecos del pasado. Noto su presencia y sé, aunque en un mundo intangible aún para mi, de que están ahí. La vida sigue tras franquear los umbrales de la Muerte y muchas de los problemas terrenos también se van a esos mundos desconocidos. Por eso considero tan importante honrar a nuestros difuntos y a todas aquellas personas fallecidas de las que ya nadie se acuerda de su nombre.
En mis visitas al cementerio, que son regulares durante todo el año, lo recorro en su totalidad, pues ya no hay zona donde no descanse una persona conocida. Ni siquiera tenia pensado hacer esta entrada, pero a medida que avanzaba me susurraban de que les escribiera algo. La historia de los pueblos también se condensa en sus cementerios y a mi me gusta transitarlos. Me gusta perderme por sus pasillos entre los fragantes aromas de las flores y que me cuenten sus historias para yo a su vez relatarlas. Ver sus nichos, sus fotos y sus nombres. El intentar descifrar que me dicen en un lenguaje que sólo ellos y yo, entendemos.
Tal vez sea un bicho raro llevado por su pasión y melancolía al más puro estilo de los grandes de la literatura gótica. O sea un hombre anclado firmemente en la tradición. Para mí la tradición, siempre aséptica y depurada, es muy importante. Sí me he dado cuenta de que aquí cada año el cementerio se va ampliando lo que hace palpable que seguimos prefiriendo que nuestros huesos descansen en nuestra Patria antes que incinerarnos. Aunque nuestro cementerio de San Francisco tiene sus nichos para quién opte por incinerarse. Pero yo en los cementerios me siento vivo porque me hablan las voces del pasado que forjaron nuestro pueblo, nuestra raza y nuestra tierra.
Descansen en Paz y que la Luz eterna brille para todos.