Un Pueblo para su Gente y una Gente para su Pueblo. La Villa de La Orotava es más que un sentimiento. Blog siempre en aguerrida libertad.

sábado, 10 de junio de 2023

Las bellas crónicas de Francisco González Díaz sobre la Villa de La Orotava.

 



Hoy traigo al blog tres de las mejores crónicas que haya leído sobre nuestro pueblo. Tan fino verbo, salido de la pluma de Francisco González Díaz la verdad es que me causó honda impresión.

Conozcamos un poco más al personaje según lo referido en https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=&ved=2ahUKEwjP2cLhsYf5AhVQSxoKHUbuCpUQFnoECAcQAQ&url=https%3A%2F%2Fmdc.ulpgc.es%2Futils%2Fgetdownloaditem%2Fcollection%2Fcoloquios%2Fid%2F1559%2Ffilename%2F1586.pdf%2Fmapsto%2Fpdf&usg=AOvVaw3y1_k-Q8MYaB2Gr-S8iF44

Nacido en la capital grancanaria en el año 1864 y fallecido en la villa de Teror en abril de 1945, González Díaz fue considerado en su momento uno de los más relevantes escritores isleños, además de un elogiado orador. Paradójicamente, el reconocimiento a su amplia labor literaria y, sobre todo, periodística, no se traduciría con posterioridad en la adecuada valoración de su ingente producción (dispersa sobre todo en numerosos periódicos canarios, madrileños, argentinos y cubanos). Ni siquiera en la más que necesaria reedición y estudio crítico de sus obras más significativas. En el momento presente, nos sigue llamando la atención la claridad expositiva y lo actual del mensaje de este autor, muchos de cuyos planteamientos siguen plenamente vigentes.

Si bien González Díaz cursó estudios de Derecho, que abandonó por decisión personal, su dedicación profesional estaría orientada hacia el periodismo, reconociéndosele una amplia y sólida formación cultural. Apenas con quince años ya publicaría su primer artículo, según señala el propio autor, en el periódico El Liberal, antecesor del Diario de Las Palmas, medio en el cual volcó la parte más destacada de su producción en este ámbito de las letras. Como muchos de sus paisanos emigró a Argentina, donde ejercería su actividad en el periódico bonaerense La Nación, así como en otros medios de dicha capital. También conoció de cerca el mundo de la emigración canaria en Cuba, donde sería colaborador de la prensa canario
cubana.

 

Conocido un poco más al personaje pasemos a leer sus artículos sobre La Orotava.

Alfombras de flores.

«Acabo de asistir a la procesión de la Octava del Corpus en esta deliciosa Villa y acabo de ver sus alfombras de flores. Merecen la fama que desde antiguo gozan, constituyendo una singularidad extraordinaria, una especialidad sorprendente. Para fabricarlas, un pueblo entero conviértense en artista, las familias más distinguidas le consagran sus desvelos, y desde mucho antes del Jueves solemne en que se exhiben, todo el mundo piensa en ellas. Son la preocupación general de los orotavenses.

A quien, como yo, las contemplo por primera vez, tienen que parecerle originalísimas, tan originales que creo valdrían ellas solas la pena de un viaje a La Orotava por estos días alegres de Junio para verlas y admirarlas. Arte verdadero, arte delicado, preside a su confección.

La Villa encantadora improvisase en inmenso taller de tapicería, donde con las flores del Valle se hacen prodigios que no sabe mi pluma describir. Las floridas alfombras cubren las calles como esplendidas alcatifas del más puro estilo: mil caprichos ornamentales, delicadezas, filigranas, atraen y cautivan los ojos. Frente a algunas casas extiéndense tapices de una magnificencia imperial.

La de Monteverde, entre todas, se distingue por las cualidades artísticas de su obra, por el sello de buen gusto insuperable que le imprime. Cultiva dicha casa una tradición muy hermosa, hermosísima, una nota propia y perfecta, fabrica suntuosos “gobelinos”, de labor maravillosa, que acreditan una maestría de grandes artífices en las damas de esa noble familia, cuyas manos de hadas labran tamaños primores.

¡Qué preciosidad! No se cansa uno de recrearse en contemplar las combinaciones de colores, las combras, el claro-oscuro, los contornos, la composición y perspectiva del cuadro, porque un verdadero cuadro es aquello, un cuadro donde hay matices y perfumes, un cuadro donde los pétalos olorosos, hábilmente dispuestos, imitan el trabajo del pincel.

Este año, según he oído decir, las alfombras no han sido tan numerosas, tan ricas ni tan bellas como en años anteriores, pero yo, que por primera vez las he visto, las he encontrado admirables.

Delante de la citada casa de Monteverde estaba la que podríamos llamar alfombra del Trono, alfombra de honor, alfombra magna, alfombra digna del Altísimo. Cuando quedó deshecha al paso de la procesión, pareciome que un tesoro de arte había sido profanado.

Otra vi representada a Santiago Apóstol sobre su blanco corcel con asombroso lujo de detalles, también de gratísimo recuerdo; y otras muchas que figuraban dibujos muy lindos, orlas, cenefas, ramilletes, cruces, gran variedad de objetos y de adornos, todas esmeradamente ejecutadas.

La gente entra y sale con completa libertad en las casas para mirar las alfombras desde lo alto. Yo también entro, salgo, y miro, encantado de tan peregrina costumbre, que me deja entrever interiores suntuosos, confortables, de las viejas familias patricias. Buen golpe de campesinos del Valle ha afluido a la Villa, con ocasión de las fiestas. ¡Pasan como un inmenso ganado en fuga y en desorden sobre las alfombras, pisoteándolas, destruyéndolas, aventando sus partículas bien olientes!

Detrás de la Custodia, que brilla deslumbradora sobre la multitud arrodillada, el tributo de las cien mil flores del Valle se deshace en polvo multicolor. La Villa es un inmenso pebetero, una flor monstruosa que se ofrece al Dios de la misericordia, al Dios de las alturas».

 

En el Valle.

«Nada comparable a las puestas del sol, a los deliciosos crepúsculos que se admiran en el Valle de La Orotava. Mejor que describirlos fuera pintarlos, pero no hay pintor capaz de trasladar allí el lienzo con exacta fidelidad tanta belleza. No puede dar, aun siendo tan poderoso, robar a la Naturaleza el secreto de ese espectáculo sublime. ¿Cómo habían de conseguir los pobres medios expresivos de la pintura semejante traslado, si es la luz, la divina luz en sus más prodigiosos cambiantes, en sus más extraños tonos y reflejos, lo que queremos apropiarnos para reproducirlo?

Ni la palabra ni el pincel alcanzan a operar milagro tan grande, aunque el genio los mueva. Cuando Prometeo quiso robar el fuego del cielo, cayó y fue condenado a eterno suplicio. El buitre que interminablemente roe sus entrañas en las nuestras también hunde su corvo pico. Es la impotencia humana ante lo infinito, ante lo inefable, ante el absoluto. Es la limitación incorregible de nuestras facultades interiores que no se amplían con cristales de aumento, como se amplía y se dilata la visión.

Viendo estoy ahora ponerse el astro soberano tras de este maravilloso circo de montañas, y sin embargo, digo que no le veo; no le veo, porque en vano querría expresar lo que miro y lo que siento. La percepción completa se da en mí, pero no logró transmitirla: mi alma es una flor que absorbe la luz moribunda y se recoge y se encierra guardándola como el tesoro de los tesoros. Así parecen recoger sí cerrarse las flores del Valle, trémula a recibir los últimos rayos del sol poniente. El sol -perdóneseme lo atrevido de la frase- el sol las hipnotiza.

Una espléndida decoración crepuscular luce sobre el Valle, suave, apagada, matizada caprichosamente. ¡Magnífica policromía! Las montañas se recortan sobre un fondo amarillo luminoso, qué diríase a formado de polvo de oro. Sobre esta áurea faja, un matiz anaranjado se difunde y luego se encienden luces violetas, esmeradas, ópalo, nácares indescriptibles. Destellos perdidos atraviesan las bandas superpuestas de ideales colores, de mágicos tonos, como rayos de la gran corona solar. Las masas de verdura brillan como los diversos colores, desde crepúsculo fantástico, y el campo semeja un sueño de poeta materializado. La luz desfalleciente hace juegos caleidoscópicos en la inmensidad. Los pájaros que vuelan de regreso a los nidos van bajando en claridades violáceas de apoteosis. El azul intenso del mar palidece y el hotel Taoro con su mole de techumbres rojas, entre la vaga niebla, parece un gigantesco espejismo.

Hora de hechizamiento, de efusión mística. En el silencio religioso de la Naturaleza; mi alma quiere romper su cárcel y volar, como los pájaros de regreso a los nidos.»

 

Impresiones.

«Anoche, víspera de San Pedro, el Valle de La Orotava, prendió numerosísimas fogatas que le dieron aspecto de colosal retablo adornado y encendido para la celebración de una gran fiesta mística. Las hogueras ardiendo como antorchas y elevando columna de humo que iban a confundirse con las nubes bajas e inmóviles, levemente clareadas por la luna, alegraban la extensión inmensa, el vasto anfiteatro. Lenguas de fuego parecían lamer las montañas, sobre cuyo fondo misteriosamente obscuro retorsianse y enroscábanse.

Al resplandor vivo de los ardientes focos, grupos de campesinos bailaban los aires lánguidos del país, con cadencioso balanceo, mientras otros prorrumpían en ajijidos que voces robustas repetían y el eco prolongaba por el Valle. La silueta de los bailadores, súbitamente enrojecidas, tenía una apariencia fantástica, mucho mayor cuando, para poner el colmo a su regocijo, saltaban sobre las llamas, en medio de grandes gritería y barahúnda. Llegaban hasta mi rumores apagados de cantos y de risas, expresión de un buen humor desbordante que crecía con el movimiento desordenado, con el bailoteo y con la broma. ¡Oh gentes felices, como envidio!

Estas veladas de San Pedro y de San Juan, solamente evocan en nosotros, los cansados, los desengañados, recuerdos melancólicos. Para vosotros, en cambio, siguen siendo lo que siempre fueron: no han perdido su encanto ni su poética belleza. Todavía la claridad rojiza de la fogata, cantáis, bailáis y esparcís al viento de la noche vuestras ligeras penas. Pero las nuestras son tan pesadas que ni él mismo huracán tendría fuerza para barrerla. ¡Bailad, bailad campesinos!

Las hogueras alegres, chisporroteantes, os invitan a la danza. En ella arden los mejores sarmientos, los troncos más robustos, las ramas tiernas y verdes hojas. ¡Todo un simbolismo doloroso, que nunca llegareis a penetrar, por vuestra dicha! Así como se consumen las primicias de la Naturaleza en la hoguera devoradora que ofrecéis a San Pedro y a San Juan, así se consumen las primicias de la vida en la juventud, hoguera también. Así han volado y han desaparecido, convertidas en cenizas, mis ilusiones; pero vosotros, más dichosos, cada año podéis encender vuestra fogata, cada año podéis, en torno del renovado fuego, bailar y cantar. Seguid bailando y cantando, campesinos del Valle. Mientras trenzáis vuestras danzas paganas, al reflejo y al amor de la violenta lumbre cuyos destellos rojos-sangriento incendian la montaña, yo medito en las cosas desaparecidas. Los recuerdos me persiguen, como aves de crepúsculo, encarnizadas y feroces, horribles cínifes. No tengo nada que poner en mi hoja, porque todo está consumido, extinguido, apagado dentro de mí. ¡Dios mío, Dios mío! ¿Cuánto tiempo hace que se puso sol?

Ningún sitio del mundo cual este Valle encantador para adormecer en la dulzura melancólica de un ambiente “amigo”; ninguno más propio para suavizar las hondas heridas del corazón. Apartado del tumulto ciudadano, entre la montaña que me dice: “asciende” y el mar infinito que me dice: “huye”, las horas se van veloces, encantadas. Y el dolor lacerante baja el tono hasta el suspiro de resignación, hasta el gemido apagado de la conformidad cristiana. Lloran conmigo dulcemente las cosas que me rodean. Manos invisibles me acarician…»

 

Francisco González Díaz, A través de Tenerife, capitulo XXXI, «Alfombras de flores», Tip. de Domingo Solís y Lorenzo, pp. 111 Y ss., Las Palmas, 1903.

Tenerife visto por los grandes escritores, «La Prensa», pp. 213 Y ss. Para su biografía, cg González Díaz, Autobiografía, Biblioteca Canaria, Librería Hespérides, SIC de Tenerife pp. 21 Y ss.

Texto extraído de “Lo que han dicho de ti”, Víctor Rodríguez Jiménez, 2006.

 

Sinceramente he de confesar que pocos textos tan bonitos, y a la vez místicos, he leído sobre La Orotava. No voy a desglosarlo por fragmentos porque sería alargar inmensamente este escrito. Prefiero que cada lector/a saque sus propias conclusiones al mismo.

No puedo por menos, y una vez más experimento tales sentimientos, que sentir sana envidia ante esta bella forma de escribir que caracterizaba a Francisco González Díaz y que la plasmó con tanta y tan bella esencia en este escrito.

Por un lado, vuelve a expresar esa máxima experimentada por tantos foráneos de qué tiene La Orotava que hechiza a quien la visita y lo envuelve en un halo mágico. Y a su vez el ambiente que lo rodea sirve como espoleta psíquica para que él entre en una fuerte introspección personal y abra su corazón y comparta sus melancólicos sentimientos con los lectores. Una especie de catarsis espiritual que lo llevan a ahondar en los más profundo de sus emociones y tristezas en esa noche de San Juan donde se abren las intangibles puertas que encierran sus pesares y abatimientos.

Obsérvese que en tal noche se celebraba igualmente la festividad de San Pedro, pues era época del anterior santoral reformado en el Concilio Vaticano II.

Sin lugar a dudas es un escrito con fuertes connotaciones personales y que hay que leer entre líneas. Intuyo que Francisco González recaló por un tiempo en la Villa intentando olvidar algún desamor o hecho luctuoso de alguien cercano. O simplemente era un hombre cansado de la vida y de la sociedad. En esto me ha recordado bastante a otro grande de la literatura patria como Mariano José de Larra.

Pero dentro de esa tristeza incipiente y notoria que tiene a la vez siente alegría y vuelve a tener otra catarsis, igualmente espiritual, al ver nuestras fiestas de Corpus y toda su cosmogonía. Sí me hace gracia la siguiente frase en referencia a las alfombras: “Este año, según he oído decir, las alfombras no han sido tan numerosas, tan ricas ni tan bellas como en años anteriores, pero yo, que por primera vez las he visto, las he encontrado admirables”.

Se ve que esa manía ya perduraba en siglos pretéritos, pues de toda la vida llevo oyendo esa manida, y cansina, frase de “las del año pasado eran más bonitas”. Sinceramente pienso que las primeras alfombras que se hicieron debían ser la releche, pues si cada año dicen que la del anterior era más bonita ¡cómo serian entonces las del primer año! Frase típica de La Orotava por estas calendas, pues esas mismas personas parece que van degradando anualmente las alfombras y no sé muy bien en base a qué. Puede gustar o no la temática, a mi sinceramente las de los últimos años no me gustan, pero otra cosa es entrar en su bella factura y arte de confección. Ponte tú, yo por lo menos no puedo, a ver si lo consigues.

No quiero extender más el escrito, pero me era imposible no extrapolar al blog este texto que me ha encantado desde que lo leí por vez primera. Porque son de esos autores que uno como lector se siente identificado con ellos y queda la aprensión y pena de decir ojalá lo hubiera conocido y haber hablado con él de todo esto en una larga charla. El oír en viva voz esa impresión causada en una Orotava como aquella de principio del siglo XX que era un verdadero vergel y un lugar, que como decía Andrè-Pierre Ledrú, valía la pena pasar los últimos años de la vida y fenecer sobre esta tierra bendecida por los dioses.

Sea hoy este recuerdo para Francisco González Díaz y sus sentidas y personales palabras hacia nuestro pueblo, sus gentes y sus fiestas. Esperemos que La Orotava le sirviera como bálsamo y disipador de las penas que acarreaba y consiguiera esa anhelada paz en su espíritu.

Un saludo.

 

Texto: © Francisco González Díaz y sucesores.