Hace unas semanas en mis redes sociales posteaba la imagen que hoy acompaña este escrito. Fue una pequeña reflexión surgida de la espontaneidad de los recuerdos que a veces nos trae un lugar, una flor, un aroma… De esas remembranzas que se evocan sin saber muy bien por qué.
Y eso me
sucedió paseando por la zona de la Playita. Hemos tenido un fin de invierno e
inicio de primavera bastante fuertes en lluvias, bendiciones siempre
agradecidas, por lo que el paisaje está bastante lozano.
En estos lugares, ya avanzando a lo que son las afueras de
La Orotava, aunque algo modificado, pasé buenos momentos de niñez y juventud
con los amigos, las bicicletas y algún que otro beso robado a alguna damita.
Pero cada vez queda menos de aquella Orotava. Aquel pueblo
que muchos visitantes de los siglos XVIII y XIX la llamaban la Rus in Urbe
descrita por Horacio donde su tierras más bonitas y fértiles acabaron
sucumbiendo bajo el hormigón y el asfalto.
Así están haciendo con La Orotava vieja. Aplastándola bajo
el pie de la turba que la asfixia, liquidando su grandeza y el imperativo de su
historia. Más de medio milenio como hija de Taoro y de Castilla y aún más
tiempo como menceyato que se están aniquilando y a veces parece que hasta con
la mayor alegría.
Pero esto último la mayoría de la gente no lo comprende.
Los recuerdos que puede evocar unas flores silvestres.
¿Para qué diablos iría por aquí?
Anecdóticamente no recordaba, aunque creo que no lo sabía, cómo se llamaban estas flores. Una amiga me escribió en los comentarios del post que se llamaban relinchones.
Es curioso, porque mis recuerdos relinchaban desbocados el ver esta alfombra vegetal.
Cosas de uno que ya va para viejo y que prefiere a La Orotava vieja y autentica.
Saludos.
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