Decía San Juan en el capítulo 12 versículo 24 de su Evangelio: “Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto”. No es este un artículo sobre los misterios cristológicos pero que me sirve como entrada al tema de hoy.
Son tiempos de siembra. Momentos en que el agricultor deposita en la productiva tierra la semilla que ha de morir para dar nuevos frutos. El noble, y a la vez sacrificado, arte de la agronomía que durante milenios ha ido de la mano del hombre para poder subsistir justo a otras variantes como la pesca y caza. Hoy quiero tener un guiño con esas personas que están echando sobre nuestra fértil tierra villera ese alimento tan esencial en la dieta canaria como son las papas.
Confieso que éste es de esos escritos no planificados que salen de la espontaneidad. En este caso de unas fotos enviadas por una buena amiga que estos pasados días estuvo sembrando sus terrenos. Y en el transcurso de la conversación al ver la foto principal que acompaña este artículo me dije tengo que redactar algo sobre esto.
No es fácil hablar de la agricultura. Ni en estos tiempos ni creo que ningunos. Y más cuando la agricultura es tan extensa y variada que cada maestrillo tiene su librillo y cada cuál siembra aquello que mejor le va. Cada persona tiene sus momentos de siembra. Por ejemplo, yo no sembraría papas en noviembre sino en octubre. Pero mucha gente va alargando el tema a la espera de una lluvia que nunca llega. Soy partidario de que si se tiene agua de riego es preferible sacar esta cosecha a fuerza de regar, más lo que llueva, y la segunda siembra de enero/febrero pues a lo qué toque. Pero eso ya es mi opinión personal pues cada uno en su terreno hace lo que quiere y yo soy firme defensor del derecho a la propiedad privada. Tampoco este es un escrito reivindicativo sobre tantos problemas que tiene la agricultura con los precios. Ya una vez escribí, mucho antes de tener el blog, sobre un tema concreto de las papas bonitas que la verdad tuvo muy buena aceptación entre los lectores del mundo agrícola. Igualmente este año le dediqué al sector un artículo pues fueron y son ellos/as un baluarte durante el confinamiento.
Una de las peculiaridades que tiene La Orotava es que no es solo pueblo monumental. Pueblo de Fe y tradición. Pueblo en constante cambio. Del silencio y la grandeza de su Casco. Hay otra Orotava donde el tiempo se ralentiza y donde el arte de la agronomía aún impera. Viñedos, papales, plataneras, frutales, hortalizas que siguen en simbiosis a la Naturaleza. Regiones donde sus habitantes, bien por profesión o por no dejar valutos sus terrenos, aun ennoblecen la tierra con su esfuerzo y dedicación.
Me causa emoción cuando me envían estas fotos y ver que pese a las enormes vicisitudes que vivimos, que se unen a las propias de la agricultura, siempre tan golpeada, haya gente que siga esa senda milenaria comenzada desde los primeros asentamientos humanos. Ese proceso mágico en esa unión que forma los elementos de la tierra, el agua y la luz solar que se conjugan en la triada que hace posible que la tierra nos dé sus frutos. Todo ello con la paciencia y sapiencia del agricultor. Eso aun lo podemos ver en la Villa. En esa Villa tal vez más olvidada, pero no menos Villa que el Casco. Otro universo dentro de la cosmogonía de La Orotava al cual debemos rendir reconocimiento y culto. Porque son los agricultores los que nos siguen dando de comer. Son esos pequeños minifundios los que cada año producen cosechas bien para llegar hasta nuestras mesas o para consumo propio.
Es tan prolijo el acervo cultural que podemos extraer de este mundo, y no solo desde el aporte alimenticio, sino toda esa antropología condensada en la raigambre propia que discurre en los altos de La Orotava. Esto es un tema que a niveles generales parece que en ningún lugar se lo tiene en cuenta. En esta sociedad del 5 G, del smartphone y del clik también se está convirtiendo en la sociedad del alimento procesado. Y eso conlleva el no saber o entender el enorme trabajo que soporta fructificar una cosecha. Sequías, plagas, inundaciones, heladas… Todo ello lleva implícito un riesgo que durante prácticamente la existencia humana ha sido el mayor enemigo, junto con los especuladores de hoy en día, que ha tenido el agricultor. Es por ello que esta imagen de mi amiga con su cesta de papas picadas para sembrar a mí me causa emoción. Quiero enfocar esta última parte del escrito a ella y su familia pues son terrenos que los atienden ellos mismos.
Hay terrenos y terrenos. Agricultores y agricultores. Bodegueros y bodegueros, y todo de todo lo que se siembre. Los terrenos hoy en día son muy difíciles de llevar. Mucho trabajo y esfuerzo y a veces exiguas recompensas. No estoy afirmando nada nuevo con ello porque los hombres y las mujeres del campo bien que lo saben. Pero a veces, como ha sido el caso de este escrito, hay ciertos componentes actitudinales que nos hacen ver que aun queda gente que viven en comunión con Gaia. Y es este el caso y la génesis de este escrito. Ella me envió fotos de la siembra, la tierra surcada, algún encantador selfie y demás. Y yo me dije aquí se está sembrando con amor. Aquí no se siembra con la punzada de lo obligado o la desidia del para qué. Al contrario. Lo siembran con orgullo. Con alegría. Con el sentimiento de sembrar alegres para recoger triunfantes. Posiblemente son terrenos que han ido pasando de generación en generación y tienen ese añadido emocional de lo que viene de familia. ¿Y me pueden preguntar con la rotundidad de la lógica ¿y tú cómo sabes eso si no has estado ahí? ¡Muy fácil! Primero porque he mirado tanto a través del objetivo de una cámara fotográfica que ya eso me da un sexto sentido de descifrar los códigos ocultos de la imagen. De intuir el ánimo de las personas. Y más cuando la persona que te lo envía te trasmite esa buena onda que está muy por encima de la mediocridad imperante en la sociedad. También es verdad que juego en el componente de que yo conozco la tierra. No crean que las manos limpias que se deslizan sobre el teclado para escribir esto no han sido las mismas manos rillosas y sucias con las que he tocado la tierra que da frutos. Algo digo yo que sabré. No mucho pero bueno, yo sé. Decir esto no queda muy fino en La Orotava capital, pero yo no estoy ni para florituras ni manicuras. Y esa tierra de mi amiga sé que está sembrada con mucho amor. Porque ya en la vendimia igualmente me remitió otras fotos y ese vino tienen muchos taninos y grados en forma de amor. Y eso en estos tiempos donde parece que la agricultura agoniza es un canto a la tierra. Una amorosa oda donde sus manos y su espíritu acarician y miman la tierra en señal de agradecimiento. Una ofrenda de sacerdotisa hacia las fuerzas telúricas de Ninhursag, diosa sumeria de la fertilidad, la naturaleza y la vida en la tierra. Recordemos que en Sumer y Mesopotamia es cuando de verdad empieza y se condensan los saberes de la agronomía. Y hoy, en este incierto siglo XXI, allá donde otros abandonan esta gente sigue sembrando y manteniendo los terrenos. A mí me parece algo digno de mención.
Yo solo espero que un día haya alguien en La Orotava que empiece a recopilar todas estas historias de los villeros/as que habitan nuestros altos. Gente que no deje morir en los abismos del tiempo y el olvido toda esta cultura popular. Creo que el mundo tal y como lo conocimos ha llegado a su fin. Yo no sé qué senda nos depara el futuro. Pero creo que para intentar formar un nuevo futuro hay que echar la vista atrás y extrapolar lo mejor del pasado. Y en ello hay que reactivar la tierra. La Tierra como planeta y la tierra que nos da de comer. Posiblemente, entre otros factores, haya sido la agresión continua a la Naturaleza y la deshumanización de la sociedad la que haya hecho que todo esto que ahora nos afecta nos haya explotado en la cara. Acuérdense de estas palabras: El volver a la agricultura de antaño y reactivar la tierra, y todos nuestros ecosistemas terrestres y lacustres, será nuestro pasaporte para no llegar a la hambruna. Pero para eso hace falta que la tierra sea tratada como la trata mi amiga y su familia. Con mucho amor y con la sabiduría de nuestros ancestros.
Te deseo la mejor de las cosechas
amiga, no digo quién es que se pone colorada. Que sea amplia y sana. Se recoge
lo que se siembra. Y tú siembras con esas bonitas manos amorosamente bien. ¿Ves? Yo sé 😊
Un abrazo y admiración a todo esos agricultores/as de La Orotava y el resto del planeta.
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