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Fotografía de don Antonio Márquez posiblemente hecha durante su estancia en La Orotava, pues el fondo de esa imagen era el que utilizaba el mítico fotógrafo villero Andrés Genovés que por aquellos años realizaba las fotografías anuales al profesorado y alumnado. Imagen: https://boletin-salesiano.com/don-antonio-marquez-fernandez/
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Día este de María Auxiliadora y
buen momento para recordar a otro de los sacerdotes salesianos que fueron
leyenda en La Orotava. En este caso a don Antonio Márquez al cual tuve el
placer de conocer. Como sacerdote no me interesa su
figura, pero como erudito siempre me pareció un hombre con el que valía la pena
conversar de lo humano y lo divino.
Natural de Pozoblanco (1929) militó
durante cincuenta y nueve años en la orden salesiana y cincuenta como sacerdote.
Un humanista hasta la médula el cual hablaba a la perfección el latín, donde ya
en sus onces años de aspirante se dedicó a la enseñanza de esta lengua.
Durante su juventud estuvo en el seminario
salesiano de Antequera y sucesivamente en los de Montilla y San José del Valle,
en Jerez de la Frontera. Allí emitió sus primeros votos religiosos. En la
ciudad de Utrera cursó un bienio filosófico. Finalizado el mismo fue trasladado
a Montellano para ejercer el magisterio. Luego fue trasladado a Carabanchel
Alto, popular barrio de Madrid. Aquí cursó cuatro años de estudios teológicos y
en 1956 fue ordenado sacerdote. Madrid fue el punto de arranque de sus
actividades docentes y ministerio sacerdotal. Estuvo en lugares tales como
Montilla, Pedro Abad, Salamanca (donde obtuvo la Licenciatura en Filología
Clásica), Granada, Córdoba, La Orotava, sede esta última de su más activa
producción poética, y finalmente en Ronda.
Era un enamorado de las
civilizaciones griega y romana. Un romano-helenista como a mí me gusta decir.
Poeta empedernido publicó veintitrés obras literarias. Por desgracia yo sólo
cuento con dos: “Nivaria amable” y “El corazón en Nivaria”.
Llegó a La Orotava allá por la
década de los años 80 y residió en la Villa durante ocho años hasta que le
sobrevinieron sus problemas de visión. Problemas que nunca tuvieron una
solución satisfactoria, pese a ser tratado por los mejores especialistas en la
materia. Tras dejar La Orotava marchó a Ronda donde permaneció los últimos once
años de su vida ejerciendo en sacerdocio en las clarisas y como confesor.
Falleció en Sevilla el 29 de
noviembre del año 2006 a la edad de 77 años.
Esta es su biografía, muy
condensada, de este sacerdote que tanta huella dejó en la Villa.
Ahora quisiera escribir algo más
personal en mi trato con él y las sensaciones que a me han causado leer dos de
sus obras poéticas, aunque me gustaría tenerlas todas.
Don Antonio era un sacerdote
peculiar. Sobre todo confesando. Era una persona muy amable y sencilla. Siempre
con una voz dulce, pausada y una sonrisa en los labios. Eso igualmente lo
llevaba a gala en su faceta de docente. En las confesiones no perdía ese
virtuosismo, pero sí que añadía algo que no sé si lo hacía como muestra, según
las creencias de cada persona, de que la confesión acerca a Dios siendo el
sacerdote su vehículo, o era algo más psicológico. Se sentaba en el
confesionario y te sostenía la cabeza. Parecía que interrogaba al penitente. Y
uno pensaba a ver qué le digo yo a éste no vaya a ser que me tire de las
orejas. Nunca me tiró de ellas, pero cada vez que iba, yo le soltaba cualquier
historia para salir al paso, me tenía ya la medida asignada de nueve padre
nuestros y nueve avemarías. Y teníamos que arrodillarnos a rezarlo en el último
banco. Uno sentía la mirada clavada en el cogote. La verdad que rezaba de más
por disimulo. Cosas de la niñez y adolescencia porque hace años que ni me
confieso, ni tengo intención de ello. La verdad que don Antonio en ese sentido era
de características propias. Confesiones cara a cara sin ventanas con celdas de
por medio o simplemente frente a frente. Él alegóricamente creaba un nexo
espiritual.
Como sacerdote y profesor seamos
claros. Era un hombre que supo confluir en el mundo Clásico, el Renacimiento y
la Ilustración. Conversar con él era tener una charla sobre lo humano y los
Divino a un nivel cultural del que hoy es muy difícil de encontrar. Era un humanista,
pero no con aspiraciones a transhumanista, sino a supra humanista. De esas
personas que aunque podamos estar de acuerdo o no con su filosofía o creencias,
era un deleite conversar con él. Obviamente yo tengo mis ideas que no han de
confluir con las de un salesiano pese a yo haber pasado por la escuela salesiana.
Por eso valoro tanto a esas personas con las cuales puedes mantener una
conversación de toda índole y respeto siendo ideas antagónicas las que nos
separan.
Sobre su pérdida gradual de la
visión y con lo que he leído de su obra literaria yo creo que fue un hombre
tocado por Dios. Más allá de su sacerdocio y creencias. Una persona que a la
vez que iba perdiendo la visión iba aumentando en él otra visión espiritual más
nítida, con más profundidad de campo y un rango dinámico de colores más
extenso. Don Antonio transformó en palabras lo que veía en lo invisible. Son
sus versos tan detallados, y de una sensibilidad tan ahondada en lo espiritual
que eso sólo lo puede escribir alguien que ve en otro plano existencial en el que
la mayoría de los mortales no podemos vislumbrar. De los mejores versos dedicados
a La Orotava y Tenerife que haya leído salieron de su pluma. ¿Qué misterios
podía ver don Antonio? No lo sé. Pero tengo claro que su palabra escrita es de
una fuerza, que trasmite totalmente al lector, y que no dejan indiferente. En
otros escritos ya he comentado que leer poesía no es mi fuerte, al contrario,
no es un género literario que me agrade. Pero leer lo que don Antonio escribió
es algo que engancha. Palabras bien conjuntadas para fluir en armonía y crear
una simbiosis entre lugar-escritor-lector. Tanto es así que yo he utilizado
algunos de sus poemas para aderezar algunos escritos en éste blog.
Sea hoy mi recuerdo a este
sacerdote que dejó huella en La Orotava. Recuerdos que se debaten entre la
anécdota personal y el placer de la lectura. Quiero cerrar el escrito con otra
anécdota que una vez me contó. Un día me crucé con él, creo que era un domingo
por la mañana, bien temprano. Y me comentó que no había conocido nada más
encantador y sutil para los sentidos que el entorno que rodeaba la parte de La
Orotava donde se sitúa el colegio. Que era una maravilla los amaneceres y
atardeceres y el silencio que envolvía el Casco en una atmósfera especial. Uno
no sabe lo que tiene porque está acostumbrado a ello y muchas veces debe venir
una persona de fuera para hacernos dar cuenta. Yo intuyo que él era hombre de observancia
y silencio de horas al alba y crepusculares. Me recuerda a otra persona que
siempre me decía que no había nada más encantador que el “escuchar” los sonidos
nocturnos de la Villa.
Como referencia acertadamente el
amigo Desiderio González Palenzuela: «Los que tuvimos el grato honor de
conocerlo durante su estancia en La Orotava, palpamos el cariño extraordinario
que tenía por nuestra tierra. Sus poemas, muchos de ellos sonetos, rezuman un
sabor clásico de clara inspiración en el poeta barroco Luis de Góngora…
Su corazón supo estar abierto a
las maravillas de nuestra Isla: el mar, el Teide, el Drago de Icod, la Punta de
Teno, Masca... y también con sentimiento de admiración y de fe, supo valorar el
arte sacro orotavense en poemas dedicados a las imágenes que desfilan en
nuestra Semana Santa…»
Obviamente era otra Villa. Otro
entorno y desde sus años de estancia en La Orotava la morfología de la misma ha
cambiado mucho y por lo tanto también la acústica. Creo que de ese entorno
privilegiado de aquellos años compuso don Antonio algún que otro poema. Así que
cierro el escrito con estos versos que se anexan bien con lo relatado en este
escrito.
Mañana Orotavense.
La aurora se ha asomado a la ventana
de Nivaria, la Isla Fresca y pura.
Apagaron sus guiños las estrellas,
huyen las sombras, duérmese la Luna.
La mañana es un pájaro que canta
paz y calma profundas
y una flagrante flor que expande
su aroma virginal y hermosura.
Un sol de tibios oros
horadada de los bosques la espesura
y los montes, los valles y barrancos,
mimosamente, acuna.
¡Dios mío, que jornada
de luz y bienandanza se apresura,
de tareas urgentes e inquietantes,
totalmente, desnuda!
Mi entraña, como el ave, libre y suelta,
firmemente segura,
Salta a los dulces campos insulares,
Mi Señor… ¡en tu busca!
Abril,1987.
No te vayas.
No te vayas, tarde, espera
no pases el mar de Atlante.
No huyas, aguarda, bella,
plácida y serena tarde.
Ay, quédate suspendida
en las copas de los árboles,
de los montes en la cima,
en los verdores del Valle.
Donde te palpe mi entraña,
donde mis ojos te alcen,
donde sienta tu luz blanca,
tu caricia dulce y suave.
¡Oh tarde del mes de Junio
de La Orotava en el Valle!
¡Si a mi alma fueras profundo
cauce de paz y constante…!
Junio, 1986.
Este último poema no sólo lo he
elegido por su bella factura y por las razones más arriba comentadas sino porque
en el mismo subyace una gran verdad. Si quieren ver desde en La Orotava las más
bonitas puestas de sol han de hacerlo principalmente en el mes de Junio. Sobre
todo entre la segunda semana pudiéndose llegar hasta la primera semana del mes
de Julio. Bien sabía don Antonio que la explosión cromática que sólo puede
darse en tales fechas del recorrido solar son inigualables.
Allá dónde esté don Antonio
seguro que seguirá componiendo las más bellas rimas de esos elegidos que todo ven
en lo tangible e intangible.
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Primera edición del texto: Mayo
de 2022.
Imagen:https://boletin-salesiano.com/don-antonio-marquez-fernandez/