Día 28 de Diciembre, Día de los Santos Inocentes. Más de una inocentada se publicará hoy en las redes sociales, descuiden que en este blog no estamos para tales menesteres. Pero sí quería hacer una reflexión sobre la infancia. De manera muy condensada y extrapolándolo a la situación actual.
Vivimos tiempos de Navidad. Posiblemente la época con mayor magia para los niños/as. La ilusión que ellos sienten en estas fechas no es comparable con casi nada que pueda ofrecérseles a lo largo del resto del año. No creo que haga falta entrar en detalles de describir un 5 de Enero y una noche de Reyes. La Navidad es la época de la infancia. Pero igualmente vivimos tiempos de pandemia, en el momento de publicar estos la sexta ola avanza de manera contundente, y son en estos duros momentos donde más debemos protegernos, sí, pero a la vez donde más debemos salvaguardar la felicidad e ilusión de nuestros pequeños. Que esta pandemia, pronto para dos años de duración, no se convierta y se cebe en los más pequeños cual Herodes.
Que a los adultos les mientan, engañen, manipulen… (hay también otros adultos que vivimos en aguerrida libertad), pero que nadie toque a la infancia ni sus ilusiones. Uno de los problemas que tenemos cuando la infancia pasa a adolescencia es que vivimos una oscura época donde todo ofende, todo es compungido, pastueño y genuflexo. Y así nos va. Sobre todo con las últimas generaciones que les ha tocado vivir en un mundo tan difícil y distópico. Eso tenemos que cambiarlo porque el futuro es de ellos/as como herederos legítimos de nuestra tierra y tradición. Quiénes vayan contra nuestra infancia debemos combatirlos por todos los medios legales y si fuera preciso hasta coercitivos sin temblarnos el pulso. Por lo tanto, debemos preservarlos de la manera más celosa posible.
La actitud que en estos casi dos años han tenido los menores de 15 años en este país ha sido ejemplar. Cuando pasen as décadas y siglos que la historia no olvide las lecciones que ellos/as dieron en los momentos más duros del confinamiento. Frente a otros/as de más edad, y en teoría con más responsabilidad y fundamento, los niños les dieron un ejemplo de coherencia. Porque desde el primer momento ellos/as no sabían bien lo qué pasaba, pero sí que algo pasaba y había que ser responsables. Recuerdo a un niño de la Península que en un papel que sus padres subieron a las redes sociales escribió algo así como “yo me confino porque si el virus ve que no hay nadie se va”. Esa es la actitud que hay que seguir frente a este problema. Obviamente no podemos seguir confinados, pero sí el tener una responsabilidad y una cultura aséptica y de protección más interiorizada.
Es un hecho que las vicisitudes de estas últimas semanas han hecho que los planes para estas fiestas hayan cambiado. Hablo en términos generalistas y no sólo de La Orotava. Afortunadamente se les está dando soluciones alternativas, las cuales, aunque lo cortés no quita lo valiente, debemos aplaudir y apoyar. Indistintamente de dónde sean y la manera de realizarlas. Pero que nadie ensombrezca la alegría de la inocencia.
Que este amargo cáliz, cómo el que bebió el Nacido en la Cruz, lo pasemos ahora nosotros para que ellos puedan volver ha jugar como los niños de la imagen que acompaña este escrito. Risas y juegos, aunque esa foto debió ser tomada en tiempos difíciles. Y de que los pequeños de ahora puedan volver a reunirse de nuevo sin restricciones, mascarillas y demás como se hacía allá por 1904 y hasta hace bien poco.
Ellos, aunque no sea una persecución sangrienta con tintes herodianos, también están pagando su alto precio de santos inocentes con todos estos aconteceres. Más parece que estamos viviendo las fiestas de los locos y los locainas como tal día como hoy se celebra en Venezuela y los Andes. Con la salvedad de que los locos y locainas parecen que se han abigarrado a cada día del año en los últimos tiempos.
Simplemente quería trasmitir hoy esta pequeña reflexión escrita que si bien no sirve para solucionar nada al menos que sea un grito al eco de quién quiera escucharme. Sin infancia no hay continuidad. Sin continuidad no hay pueblo, estirpe ni tradición. Y eso también incluye a nuestros pequeños villeros y villeras. Así de claro.
Un saludo.
Si te ha gustado este articulo puedes compartirlo en tus redes sociales y de mensajería favoritas. Con ello ayudas a la difusión del mismo y permites que el blog siga creciendo. Gracias.
También puedes seguirme en Instagram, Twitter y YouTube pinchando sobre los iconos:
Imágenes vistas en redes sociales. Propiedad de sus respectivos autores.